sábado, 1 de junio de 2013

LENGUAJE Y MANIPULACION 1

La manipulación del hombre a través del lenguaje (I)


Manipulation por Tevzl
DESTACADOS: 

El lector que desee ampliar lo expuesto en estos artículos puede acudir a mis obras:
  • La tolerancia y la manipulación, Rialp, Madrid 2008, 2ª ed.
  • La manipulación del hombre a través del lenguaje, curso ofrecido en Internet (www.riial.org)
  • La revolución oculta. Manipulación del lenguaje y subversión de valores, PPC, Madrid 1998 (agotada).

"...Cuando se desquicia la mente, se corrompe rápidamente la persona. Y, al corromperse una persona y otra, se descompone la sociedad y se desmorona. Para evitarlo, la primera medida es tomar conciencia de que la manipulación es un fenómeno mundial degenerativo. La segunda consiste en adquirir un modo muy preciso y profundo de pensar y de expresarse. Ambas tareas las expondré de modo sucinto en esta serie de artículos". 

En el fondo de la práctica masiva de la manipulación del hombre a través del lenguaje late una crisis del concepto y el significado de la verdad. La voluntad manipuladora surge en el hombre a consecuencia del relativismo subjetivista, según el cual nada es verdad; todo es relativo a la opinión de cada uno. Por eso el empeño primario del manipulador es difuminar los conceptos y dominar las mentes con planteamientos arteros.
Manejado con astucia, el lenguaje permite tergiversar al máximo el sentido de las realidades: 
«Conozco bien el movimiento pro eutanasia –escribe el especialista en bioética G. Herranz‒. Me asombra su capacidad casi mágica de trucar el lenguaje,  desdibujar conceptos, dramatizar casos, hacer de profetas de una humanidad emancipada. No invocan ya el dolor físico para la muerte compasiva, pues la medicina paliativa les ha ganado esa batalla. Quieren liberarnos del abuso tecnológico».
No pocos autores destacan el poder que ostenta el lenguaje para ganar batallas dialécticas.  José Ortega y Gasset lo advierte de modo contundente: «¡Cuidado con los términos, que son los déspotas más duros que la Humanidad padece!». Por somero que sea, un estudio lúcido del lenguaje nos revela que «las palabras son a menudo en la historia más poderosas que las cosas y los hechos» (Martin Heidegger). Este poder insospechado del lenguaje procede sobre todo de la capacidad que tiene para clarificar los conceptos, matizándolos cuidadosamente, o bien para tergiversar su sentido mediante el ardid de no distinguir los distintos niveles. 
«Una de las tareas más importantes del pensamiento cristiano –como de cualquier pensamiento en general− es la de distinguir –escribe Romano Guardini-. La confusión que nuestro tiempo provoca a través de conceptos y palabras resulta peligrosa para todos. Destruye el sentido para la verdad y la dignidad del ser humano, que va unida a la verdad, pero también daña la salud espiritual, que depende asimismo de la verdad».
Este poder destructor del lenguaje es tanto mayor cuanto más indefensas culturalmente se hallan las personas. En cambio, si éstas aprenden a pensar con precisión, neutralizan fácilmente los recursos aviesos de los manipuladores. Si, además, cultivan el amor a la verdad, sienten aversión a toda práctica manipuladora. De ahí que en toda carrera de periodismo debieran considerarse indispensables estas tareas:
1ª) Cultivar la admiración por el lenguaje auténtico, que es algo enigmático y maravilloso por cuanto nos revela lo que es la realidad y cuál es su verdad. El lenguaje auténtico construye la vida humana; el falso la desquicia y destruye. El secreto de una buena formación radica en entusiasmar a los jóvenes con el lenguaje verdadero y constructivo, y ponerlos alerta  ante el lenguaje falso y destructivo. 
2ª) Aprender el arte de ajustarnos, en el pensamiento y la expresión, a lo que ya somos y a lo que estamos llamados a ser. Esto implica ser fieles a nuestra verdad de personas. Nada más importante para un periodista consciente de su dignidad y su responsabilidad social que conocer la función que la verdad debe ejercer en su vida, por cuanto, al ser una persona, está llamado a amar la verdad y a vivir en ella, de ella y para ella. Esta idea es tan densa y fecunda que, si la entendemos bien y la asumimos como canon de vida, nos lleva a lo mejor de nosotros mismos, como personas y como profesionales.  
3ª) Aprender a pensar con la mayor precisión y conocer cómo nos desarrollamos en cuanto personas. La ciencia actual más cualificada nos enseña que nuestra vida se desarrolla de forma dialógica, relacional, porque somos “seres de encuentro”, vivimos como personas y nos perfeccionamos como tales creando diversas formas de encuentro con otras realidades valiosas. Para fomentar el encuentro debemos adoptar una actitud de respeto, estima y colaboración, que es la propia de los niveles 2 y 3. La actitud de dominio, posesión, manejo y disfrute nos aferra al nivel 1, en el cual no podemos ser creativos ni establecer relaciones de encuentro. Podemos manejar el lenguaje y dominarlo, como se hace con la materia al confeccionar utensilios, para utilizarlos conforme a nuestros gustos y fines. Pero, con ello, rebajamos su valor y su función. Este mal uso del lenguaje nos empobrece hasta el envilecimiento. Cuando se desquicia la mente, se corrompe rápidamente la persona. Y, al corromperse una persona y otra, se descompone la sociedad y se desmorona. 
Para evitarlo, la primera medida es tomar conciencia de que la manipulación es un fenómeno mundial degenerativo. La segunda consiste en adquirir un modo muy preciso y profundo de pensar y de expresarse. Ambas tareas las expondré de modo sucinto en esta serie de artículos. 

¿Qué es manipular?

Manipular -en sentido éticamente negativo- es tratar a una persona o grupo de personas -seres pertenecientes al nivel 2 de realidad- como si fueran objetos (nivel 1), a fin de dominarlos fácilmente –nivel 1-. Esa forma de trato implica un rebajamiento de nivel, un envilecimiento. Cuando, en tiempos sombríos, se amontonaba a cientos de prisioneros en un vagón de tren, como si fueran paquetes, y se los hacía viajar así durante días y noches, no se intentaba tanto hacerles sufrir cuanto envilecerlos hasta el punto de que se consideraran unos a otros como seres abyectos y repelentes. Tal consideración les impedía unirse entre sí y formar estructuras sólidas que pudieran generar una capacidad de resistencia.
Tal reducción ilegítima de las personas a objetos es la meta del sadismo. En rigor, ser sádico no significa ser cruel, como a menudo se piensa. Implica tratar a una persona de tal manera que se la rebaja de condición. Ese rebajamiento puede realizarse a través de la crueldad o a través de la ternura erótica. Reducir una persona a condición de objeto y tratarla con la dureza que puede mostrar una niña con la muñeca de la que se ha cansado es una práctica manipuladora sádica. Por otra parte, la caricia erótica reduce la persona a mero cuerpo halagador. Es reduccionista, y, en la misma medida, sádica, aunque parezca tierna. La caricia puede ser de dos tipos: erótica y personal. El amor conyugal auténtico se dirige a toda la persona –no sólo a sus cualidades- y presenta cuatro aspectos o elementos básicos: la sexualidad, la amistad, la proyección comunitaria del amor (es decir: la creación de un hogar), la fecundidad del amor, su capacidad de incrementar el afecto entre los esposos y dar vida a nuevos seres. Estos cuatro elementos del amor no deben estar meramente yuxtapuestos; han de hallarse estructurados. Una estructura es una constelación de elementos trabados de tal forma que, si falla uno, se desmorona el conjunto. El erotismo consiste en desgajar el primer elemento, la sexualidad, para obtener una gratificación pasajera –nivel 1- y prescindir de los otros tres, pertenecientes al nivel 2. Ese desgajamiento puramente pasional destruye el amor de raíz, lo priva de su sentido pleno y su identidad. Por eso es violento, aunque parezca cordial y tierno. 
     En el albor de la cultura occidental, Platón entendió por "eros" la fuerza misteriosa que eleva al hombre a regiones cada vez más altas de belleza, bondad y perfección ‒nivel 3‒. Actualmente, se entiende por "erotismo" el manejo de las fuerzas sexuales con desenfado, sin más criterio y norma que la propia satisfacción inmediata –nivel 1‒. Obviamente, esta reclusión en el plano de las ganancias inmediatas supone una regresión cultural.

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