sábado, 1 de noviembre de 2008

Lo que cada uno merece


Cuentan que una bella princesa estaba buscando consorte.

Aristócratas y adinerados señores habían llegado de todas partes para ofrecer sus maravillosos regalos: joyas, tierras, ejércitos y tronos conformaban los obsequios para conquistar a tan especial criatura.

Entre los candidatos se encontraba un joven plebeyo, que no tenía más riquezas que amor y perseverancia.

Cuando le llegó el momento de hablar, dijo: "Princesa, te he amado toda mi vida. Como soy un hombre pobre y no tengo tesoros para darte, te ofrezco un sacrificio como prueba de mi amor... Estaré cien días sentado bajo tu ventana, sin más alimentos que la lluvia y sin más ropas que las que llevo puestas... mi amor es mi dote..."

La princesa, conmovida por semejante gesto, decidió aceptar. "Tendrás tu oportunidad: si pasas la prueba, me desposarás".

Así pasaron las horas y los días. El pretendiente se mantuvo sentado, soportando los vientos, la nieve y las noches heladas. Sin pestañear, con la vista fija en el balcón de su amada, el valiente vasallo siguió firme en su empeño, sin desfallecer ni un momento.

Al llegar el día noventa y nueve, los pobladores de la zona salieron a animar al próximo monarca. Todo era alegría y jolgorio, hasta que de pronto, cuando faltaba una hora para cumplirse el plazo, ante la mirada atónita de los asistentes y la perplejidad de la infanta, el joven se levantó y sin dar explicación alguna, se alejó lentamente del lugar.

Unas semanas después, mientras deambulaba por un solitario paraje, un niño de la comarca le preguntó:

"¿Qué fue lo te que ocurrió?...Estabas a un paso de lograr la meta...¿Por qué perdiste esa oportunidad? ¿Por qué te retiraste?"

Con profunda consternación y algunas lágrimas mal disimuladas, contestó en voz baja: "No me ahorró ni un día de sufrimiento...Ni siquiera una hora. No merecía mi amor..."







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