domingo, 19 de octubre de 2008

La tienda de la verdad.-Bucay







La tienda de la verdad

— Dime, Jorge, existe en casi toda la gente la idea de que todo el mundo necesita terapia, yo sé que tú no estás de acuerdo, y creo que ni siquiera consideras necesaria la terapia indiscriminada. Pero ahora me pregunto: ¿Cualquiera se puede beneficiar de transitar un proceso terapéutico?

—Sí.

—¿Cualquiera?

—Digámoslo así: a cualquiera que quiera beneficiarse, podría serle útil.

—Pero, ¿por qué alguien podría no querer beneficiarse?

—Anthony de Mello cuenta un cuentito maravilloso que me parece que podría ayudarnos en esta búsqueda:

El hombre caminaba paseando por aquellas pequeñas callecitas de la ciudad provinciana. Tenía tiempo y entonces se detenía algunos instantes en cada vidriera, en cada negocio, en cada plaza. Al dar vuelta una esquina se encontró de pronto frente a un modesto local cuya marquesina estaba en blanco, intrigado se acercó a la vidriera y arrimó la cara al cristal para poder mirar dentro del oscuro escaparate... en el interior, solamente se veía un atril que sostenía un cartelito escrito a mano que anunciaba:

Tienda de la verdad

El hombre estaba sorprendido. Pensó que era un nombre de fantasía, pero no pudo imaginar qué vendían.

Entró.

Se acercó a la señorita que estaba en el primer mostrador y preguntó:

—Perdón, ¿esta es la tienda de la verdad?.

—Sí, señor, ¿qué tipo de verdad anda buscando: verdad parcial, verdad relativa, verdad estadística, verdad completa?

Así que aquí vendían verdad. Nunca se había imaginado que esto era posible, llegar a un lugar y llevarse la verdad, era maravilloso.

—Verdad completa –contestó el hombre sin dudarlo.

“Estoy tan cansado de mentiras y de falsificaciones”, pensó, “no quiero más generalizaciones ni justificaciones, engaños ni defraudaciones”.

—¡Verdad plena! –ratificó.

—Bien, señor, sígame.

La señorita acompañó al cliente a otro sector y señalando a un vendedor de rostro adusto, le dijo:

—El señor lo va a atender.

El vendedor se acercó y esperó que el hombre hablara.

—Vengo a comprar la verdad completa.

—Ahá, perdón, ¿el señor sabe el precio?

—No, ¿cuál es? –contestó rutinariamente. En realidad, él sabía que estaba dispuesto a pagar lo que fuera por toda la verdad.

—Si usted se la lleva –dijo el vendedor— el precio es que nunca más podrá estar en paz.

Un frío corrió por la espalda del hombre, nunca se había imaginado que el precio fuera tan grande.

—Gra... gracias, disculpe... –balbuceó.

Se dio vuelta y salió del negocio mirando el piso.

Se sintió un poco triste al darse cuenta de que todavía no estaba preparado para la verdad absoluta, de que todavía necesitaba algunas mentiras donde encontrar descanso, algunos mitos e idealizaciones en los cuales refugiarse, algunas justificaciones para no tener que enfrentarse consigo mismo.

“Quizás más adelante”, pensó...

—Demián, no necesariamente lo que para mí es beneficioso, lo es también para otro. Puede suceder y es justo que así sea que alguien crea que el precio de cierto beneficio sea demasiado costoso. Es válido que cada uno decida qué precio quiere pagar a cambio de lo que recibe, y es lógico que cada uno elija el momento para recibir lo que el mundo le ofrece, sea la verdad o cualquier otro “beneficio”.

Yo no encontraba nada para decir.

Y Jorge agregó:

—Hay un viejo proverbio árabe que dice:

“PARA PODER DESCARGAR UN CARGAMENTO DE HALVÁ LO MÁS IMPORTANTE ES TENER RECIPIENTES DONDE GUARDAR EL HALVÁ”. con la sabiduría y con la verdad pasa lo mismo que con el Halvá...





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